CUENTO
Érase
una vez una familia de cebras muy tranquilas; odiaban el ruido y que hablasen
mal de ellas.
Una noche
las cebras oyeron un ruido y dijeron:
-¿Qué
es ese ruido?
Entonces
vieron unos marcianos.
-¡Ah
Ah Ah…! ¡Qué miedo! ¡Son verdes y mocosos!
Uno
de los marcianos se presentó y dijo:
-Hola,
me llamo Morgiarzo y aquí está mi nave espacial, llamada Pluto.
Los marcianos
preguntaron a las cebras que si se podían quedar a dormir. Las cebras les
dijeron que sí pero con una norma que era que no podían hacer ningún ruido.
Pero
por la noche se oía mucho ruido. A los marcianos no les cayeron bien las cebras y para
fastidiarlas decidieron hacer el máximo
ruido posible.
Al
siguiente día las cebras se encontraron con los marcianos y les preguntaron:
-¿Por
qué ayer hicisteis tanto ruido?
Los
marcianos no sabían que contestar y entonces soltaron lo que no querían decir:
-¡Porque
no nos caéis bien!
A las
cebras no les gustó nada que dijeran eso de ellas; entonces les pegaron una
patada. A los marcianos les dolió y empezaron a pelearse.
La
jirafa, al escuchar que alguien se estaba peleando, se acercó a ver lo que
estaba pasando. Como vio que las cebras,
sus mejores amigas, se estaban peleando con los marcianos no tuvo más remedio
que defender a las cebras.
Morgiarzo
le dio una patada muy fuerte a una cebra y al final la cebra acabó en el suelo.
Los
marcianos se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo no estaba bien y uno
de ellos gritó a pleno pulmón:
-¡Parad
ya!
Todo
el mundo paró de pelearse y se callaron.
Todos
los marcianos se reunieron un poco alejados de las cebras para que no les
escuchasen y pensaron la forma de disculparse.
Al
final, los marcianos, les pidieron perdón de la única forma que se les ocurrió:
con una canción.
A las cebras no les gustó nada porque era muy ruidosa.
Les cogieron, les metieron en la nave y
les mandaron a Júpiter.
FIN
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