domingo, 4 de junio de 2017



                   CUENTO                                                                                   

 Érase una vez una familia de cebras muy tranquilas; odiaban el ruido y que hablasen mal de ellas.
Una noche las cebras oyeron un ruido y dijeron:
-¿Qué es ese ruido?

Entonces vieron unos marcianos.
-¡Ah Ah Ah…! ¡Qué miedo! ¡Son verdes y mocosos!

Uno de los marcianos se presentó y dijo:
-Hola, me llamo Morgiarzo y aquí está mi nave espacial, llamada Pluto. 


Los marcianos preguntaron a las cebras que si se podían quedar a dormir. Las cebras les dijeron que sí pero con una norma que era que no podían hacer ningún ruido.
Pero por la noche se oía mucho ruido. A los marcianos no  les cayeron bien las cebras y para fastidiarlas  decidieron hacer el máximo ruido posible.

Al siguiente día las cebras se encontraron con los marcianos y les preguntaron:
-¿Por qué ayer hicisteis tanto ruido?
Los marcianos no sabían que contestar y entonces soltaron lo que no querían decir:
-¡Porque no nos caéis bien!

A las cebras no les gustó nada que dijeran eso de ellas; entonces les pegaron una patada. A los marcianos les dolió y empezaron a pelearse.

La jirafa, al escuchar que alguien se estaba peleando, se acercó a ver lo que estaba pasando.  Como vio que las cebras, sus mejores amigas, se estaban peleando con los marcianos no tuvo más remedio que defender a las cebras.
Morgiarzo le dio una patada muy fuerte a una cebra y al final la cebra acabó en el suelo.

Los marcianos se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo no estaba bien y uno de ellos gritó a pleno pulmón:
-¡Parad ya!

Todo el mundo paró de pelearse y se callaron.
Todos los marcianos se reunieron un poco alejados de las cebras para que no les escuchasen y pensaron la forma de disculparse.

Al final, los marcianos, les pidieron perdón de la única forma que se les ocurrió: con una canción.
 A las cebras no les gustó nada porque era muy ruidosa. Les cogieron,  les metieron en la nave y les mandaron a Júpiter.
                                                         Por Nada Belali


                                         FIN

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