EL SEÑOR QUE AMABA A UN PERRO
Érase una
vez un señor llamado Tim, que como cada
día se asomaba a la ventana porque estaba muy triste porque unos trabajadores
de una perrera cercana de su casa no le querían dar un perro porque pensaban
que el señor no tenía dinero para cuidarle y alimentarle.
Pero un día
que llovía mucho se asomó un poquito para ver si había alguien por allí que se
hubiese perdido o algo, y para su sorpresa se encontró que había un perro solo,
mojándose así que salió rápidamente, lo cogió y volvió a su casa. Después de
unos cuantos días ya se habían hecho muy amigos.
El señor
después de unos pocos días se enteró de
que sus vecinos habían perdido a su perro y creyó que debía de ser de ellos
pero no dijo nada. En efecto, dos días más tarde vino su vecina a preguntar si
lo habían visto y cuando vio que estaba allí su perro, se alegró, pero también
le preguntó a Tim que por qué lo tenía él. Él les explico que no hace mucho,
cuando llovía un montón se asomó a la ventana y lo vio solito así que se lo
llevó a su casa.
Ella estaba
muy feliz de que su perro estuviese bien alimentado y que el señor le hubiera
tratado genial. Al final María, que así es como se llamaba ella, le dio las
gracias por haberlo encontrado y haberlo cuidado; después se fuese con el
perro.
Después de
eso la gente no vio a Tim aparecer por las calles, y hasta algunos decían que
había enfermado; y la cosa era esa, porque como se sentía tan solo había dejado
de comer y cada día se lamentaba más de haber perdido al perro que tanto había querido.
Mientras
tanto María se estaba dando cuenta de que algo pasaba allí, así que al día
siguiente se presentó en la casa de Tim. Ella trabajaba en una tienda de
animales y pensó que una serpiente le podría contentar así que se la regaló.
Pero a pesar de eso el pobre Tim seguía muy desolado ya que aunque le hubiesen
regalado un animal de compañía se seguía sintiendo muy solo; y era ella la que
se daba cuenta de eso.
Se fijó en que cada vez enfermaba más así que
cogió a su perro, se fue a la casa de Tim y se lo regaló porque ella sabía que
su perro también había sido amado por él; pero aun sabiendo que se lo había
regalado, le puso dos condiciones. Una era, que ella y su familia lo visitaría
las veces que quisieran y la otra era que le prometiese que lo cuidaría y lo
mimaría como a un hijo ya que a los dos les importaba muchísimo ese perro.
Desde ese
mismo día el señor Tim nunca más estuvo triste ni solo en su vida y María desde
ese momento, fue muy feliz por todo lo que había hecho por Tim y por su salud.
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