sábado, 10 de junio de 2017




EL SEÑOR QUE AMABA A UN PERRO

Érase una vez  un señor llamado Tim, que como cada día se asomaba a la ventana porque estaba muy triste porque unos trabajadores de una perrera cercana de su casa no le querían dar un perro porque pensaban que el señor no tenía dinero para cuidarle y alimentarle.
Pero un día que llovía mucho se asomó un poquito para ver si había alguien por allí que se hubiese perdido o algo, y para su sorpresa se encontró que había un perro solo, mojándose así que salió rápidamente, lo cogió y volvió a su casa. Después de unos cuantos días ya se habían hecho muy amigos.

El señor después de unos pocos días se  enteró de que sus vecinos habían perdido a su perro y creyó que debía de ser de ellos pero no dijo nada. En efecto, dos días más tarde vino su vecina a preguntar si lo habían visto y cuando vio que estaba allí su perro, se alegró, pero también le preguntó a Tim que por qué lo tenía él. Él les explico que no hace mucho, cuando llovía un montón se asomó a la ventana y lo vio solito así que se lo llevó a su casa.
Ella estaba muy feliz de que su perro estuviese bien alimentado y que el señor le hubiera tratado genial. Al final María, que así es como se llamaba ella, le dio las gracias por haberlo encontrado y haberlo cuidado; después se fuese con el perro.
Después de eso la gente no vio a Tim aparecer por las calles, y hasta algunos decían que había enfermado; y la cosa era esa, porque como se sentía tan solo había dejado de comer y cada día se lamentaba más de haber perdido al perro que tanto había querido.
Mientras tanto María se estaba dando cuenta de que algo pasaba allí, así que al día siguiente se presentó en la casa de Tim. Ella trabajaba en una tienda de animales y pensó que una serpiente le podría contentar así que se la regaló. Pero a pesar de eso el pobre Tim seguía muy desolado ya que aunque le hubiesen regalado un animal de compañía se seguía sintiendo muy solo; y era ella la que se daba cuenta de eso.
 Se fijó en que cada vez enfermaba más así que cogió a su perro, se fue a la casa de Tim y se lo regaló porque ella sabía que su perro también había sido amado por él; pero aun sabiendo que se lo había regalado, le puso dos condiciones. Una era, que ella y su familia lo visitaría las veces que quisieran y la otra era que le prometiese que lo cuidaría y lo mimaría como a un hijo ya que a los dos les importaba muchísimo ese perro.
Desde ese mismo día el señor Tim nunca más estuvo triste ni solo en su vida y María desde ese momento, fue muy feliz por todo lo que había hecho por Tim y por su salud.   

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