La luz tenebrosa
Era una noche de luna llena en el mes de agosto en un
pequeño pueblo de la provincia de Soria; dos amigos paseaban tranquilamente por
la carretera a las afueras del pueblo, alumbrados por la luz de la luna llena,
Jose y Luis, de 17 y 18 años, iban
hablando de sus cosas de críos. Al fondo solo se oían el croar de las ranas y
los cencerros de las vacas que estaban en un prado cercano.
Entre conversación y conversación, llegaron a la altura
del cementerio ya que la carretera pasaba cerca de éste pero no se dieron
cuenta de ello. Al poco rato, Jose se calló unos segundos. Le pareció ver una
luz en el edificio del cementerio pero no le dio importancia y siguieron con su
charla y su paseo. Unos metros más adelante fue Luis quien esta vez vio algo y
dijo:
— ¿Jose, has
visto tú esa luz?
A lo que Jose respondió:
- ¡Sí, la he visto antes! Pero pensé que eran
cosas de mi imaginación.
Los dos echaron a correr mientras gritaban asustados,
sin dejar de mirar al cementerio.
—
¡Se ve, se ve, hay alguien allí!
Jose respondía:
Jose—
la luz se sigue moviendo.
Corrían tanto y estaban tan asustados que no se dieron
cuenta que fueron en la dirección equivocada, y tuvieron
que andar varios kilómetros hasta llegar al pueblo de
nuevo. Allí, cansados de correr, se lo contaron a sus amigos que, como era
verano, eran muchos los que estaban allí. Entre todos decidieron volver porque
algunos no se lo creían; pensaron que era una broma de Jose y Luis. Eran, más o
menos, veinte personas andando por la carretera que, a esas horas, estaba
desierta. Entre risas y bromas de la mayoría llegaron al punto exacto donde
antes vieron la luz. Todos se callaron. De repente, todos ellos miraban al
cementerio y allí, en la fachada, entre la oscuridad, se veía una luz blanca. Nadie
movió un pelo hasta que uno de ellos se puso a gritar y salió corriendo. El
resto salió detrás sin perder un segundo, esta vez, en la dirección correcta. Llegaron
a la entrada del pueblo y prometieron no contárselo a nadie, se iban a reír de
ellos.
Jose, esa misma noche, no pudo dormir; no hacía más que
pensar en aquella luz blanca. Nada más salir el sol se vistió, desayuno y se
fue al cementerio. Estaba intrigado con el origen de aquella luz. De día las
cosas se veían de otra forma; ya no daba miedo, por lo que decidió ir solo.
Se acerba al
lugar y se empezaba a poner nervioso. Tenía ganas de descubrir el misterio de
la luz. Jose se paró, miró fijamente a la fachada del cementerio donde vieron
la luz la noche anterior, sonrió; había descubierto el misterio. Efectivamente,
ellos vieron esa luz la noche anterior; era el reflejo de la luna llena sobre
una vieja ventana que, por la oscuridad de la noche, no vieron y que tampoco
recordaban, y que, al andar y al estar torcidos los cristales por lo viejos que
eran, los reflejos de la luna llena hacía que pareciera como si se encendieran
y se apagasen.
Jose se lo contó a sus amigos y todos se rieron juntos
del susto que se llevaron la noche anterior. Menos mal que no se lo habían
contado a nadie porque si no se hubieran reído de ellos. El misterio se había
resuelto y todo había quedado en una anécdota, pero de todas formas ninguno de
ellos volvió a pasar de noche por el cementerio.
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