EL CABALLERO, LA PRINCESA Y EL CUELEBRE
1. Equipo
de rescate
El “ilustre” caballero Topolón Remolón dormía
placidamente en sus aposentos; seguramente no se despertaría hasta las diez o
las
once porque era tan “madrugador”… Pero ese día no fue así.
-Sir, sir,¡sir!
Topolón saltó de la cama espada en ristre; una sombra se
movió, primero levantó una mano y luego, lentamente, la otra.
-¿Confuncio? ¿Cuántas veces te he dicho que no me
despiertes antes de las once?-Dijo Topolón.
Su escudero, Confuncio Listillo, bajó las manos y replicó:
- Pero, sir, recuerde, “a quien madruga Dios le ayuda” y
usted va a necesitar mucha ayuda
Topolón se puso de puntillas para mejorar, si es posible,
su “esbelta” figura.
-¿Ayuda, yo? ¡Jajajajajaja! Pamplinas –Se mofó el
caballero-Si no tienes nada que decirme voy a dormir
Pero Confuncio le detuvo:
-¡Espere! El rey quiere hablar con usted.
Topolón se bajó de la cama y resopló:
-Ahora vooooooooy.
Topolón empezó a ponerse la cota de maya. Topolón era
alto y flaco, tenía una melena rubia;
Confuncio era menudo y algo rechoncho, además de moreno.
-Mi hija, Dorotea Doradina, ha sido raptada por un
cuélebre que vive en la Cordillera Transatlántica-Dijo el rey Colombus,
Topolón estaba arrodillado ante el magnífico trono del
rey; a su lado estaba, arrodillado también, Confuncio.
-Yo la rescataré, su majestad-Dijo Topolón-Cruzaré ríos y
montañas para rescatar a la doncella.
El rey dio un salto de alegría.
-¡Excelente! Partiréis mañana al amanecer. Os daré mi
mejor caballo y el segundo será para su escudero. Podéis retiraros.
En sus aposentos, el caballero dormía y soñaba que cuando
rescatara a la princesa le pediría su mano al rey y vivirían felices y comerían
perdices. Mientras tanto, Confuncio buscó por todo el castillo la mochila más
grande que pudiera encontrar y cuando la encontró se puso a llenarla de todo lo
que podía serles útil.
Confuncio llevaba horas esperando junto al purasangre del
caballero y su zaino. Cuando el sol estaba ya alto en el cielo, Topolón por fin
se dignó a aparecer en el portón.
-¡Confuncioooo! ¿Por qué no me has despertado?
Confuncio intentó justificarse:
-Pero usted me dijo que hasta las once no le...
Topolón no le dejó acabar:
-Bla,bla,bla. Da igual partamos.
Los héroes montaron en sus caballos y partieron a salvar
a la princesa.
2. El
defensor del puente
Después de dos días llegaron al río; la única forma de
cruzarlo era por el puente ya que el río estaba infestado de pirañas. Pero el
puente estaba defendido por el malvado Caballero Negro.
-¡Oh, no! Es el caballero negro. Dicen que su lanza es tan afilada que puede atravesar la muralla de un castillo
solo con tocarla y que su caballo es más rápido que cualquier huracán-Dijo el
caballero
-¡Fuera de aquí, no sois
bienvenidos!-Dijo el Caballero Negro con una voz grave que parecía salir de un
espíritu atormentado-¡Si no os marcháis os atravesaré con mi lanza!
Topolón se preparó para poner
pies en polvorosa. Confuncio, en cambio, se acercó tranquilamente al villano y
le soltó:
-“Perro ladrador, poco
mordedor”¡Buh!
El caballo del Caballero
Negro se puso a dos patas y su amo cayó
al suelo; inmediatamente se levantó y salió corriendo.
- ¿Cómo sabías que no te haría
nada, Confuncio?-Preguntó Topolón.
-Muy fácil-Contesto el
escudero-Tenía un tatuaje de un gatito en el brazo. Ningún caballero que se precie
tiene el tatuaje de un gatito en el brazo.
3. El timador
Cuando cruzaron el río llegaron
a un pueblecito acogedor.
-Tengo una gran idea-Anunció el caballero-Le
compraré un colgante a Dorotea.
Dicho y hecho. Topolón se acercó
a la tienda más cercana; “Alberto Sabandija, todo tipo de baratijas” ponía en
la entrada de la tienda-Hola querido cliente-Dijo Alberto.
Desde luego parecía una
sabandija. Era todo huesos, tenía un bigotito negro y fino además de una mirada
perspicaz.
-Me gustaría comprar el mejor
collar que tenga en venta-Dijo Topolón.
Sabandija se agachó, sonó un
golpe y un cristal roto. Luego, Alberto se levantó y le enseñó un colgante de
diamantes.
-Son 2.000 monedas de oro-Le
dijo la sucia sabandija.
-No tengo tanto pero le ofrezco
100 monedas de oro y nuestros caballos-Respondió Topolón.
Entonces Confuncio intervino en
la conversación:
-Sir, ¿puedo hablar con
usted?-Preguntó.
-Ahora vuelvo-Dijo el caballero
dirigiéndose a Alberto.
Ya lejos, Confuncio le dijo al
caballero-No creo que sea buena idea. Ese hombre me da mala espina. Además,
recuerde que “no es oro todo lo que reluce”.
El caballero se rió:
-¡Pero que tonterías dices! Ese
hombre es del todo fiable.
El escudero suspiró y dijo:
-Bueno “el que avisa no es
traidor”.
Topolón compró el colgante y
luego se fueron del pueblo. Pero cuando examinaron el collar observaron que los
diamantes no eran más que cristales, ¡les habían timado!
4. La travesía de las montañas
Llevaban días caminando, tres
días, y se acercaban a las Montañas de
Sorbete, Confuncio sacó un abrigo de la mochila y Topolón le preguntó:
-¿Porque sacas el abrigo si no
hace frío?
Y su escudero le respondió:
-“Más vale prevenir que curar”.
De repente, les alcanzó una
tormenta de nieve.
-Se lo dije sir-Le recriminó el
escudero a Topolón; pero luego le dio un abrigo al caballero.
A lo lejos vieron una casita en
medio de la nieve.
Llamaron a la puerta de la casa
y les abrió la puerta un ancianito que les dijo:
-Hola jovenzuelos soy Pedro
Pilluelo, ¿Qué queréis?
Confuncio le dijo:
-Aquí fuera hace mucho frío,
¿podría dejarnos pasar la noche en su casa?
Mientras Pedro les dejaba pasar
decía:
-Pasad, pasad, jejeje.
Al día siguiente se fueron
dándole las gracias a Pedro Pilluelo.
-Adiós y muchas gracias-Decía
Confuncio.
Y Pedro contestaba:
- Adiós a ustedes. Que tengan un
buen viaje, jejeje.
Más adelante, Topolón se dio
cuenta de que su escudero llevaba una bolsita en el cinturón y le preguntó:
-¿Que llevas ahí, Confuncio?
Y él le respondió:
-Verá, sir, como podrá observar,
si mira en sus bolsillos ese tal Pedro
Pilluelo nos ha robado las 100 monedas de oro y el collar, pero yo me di cuenta
y aproveché para coger 1.500 monedas de oro; “quién roba a un ladrón tiene cien
años de perdón”.
Y Confuncio sonrió.
5. ¿Quién es el verdadero caballero?
Topolón y su escudero estaban
llegando a la montaña Titanic, en la cordillera Transatlántica, donde vivía el
Cuélebre. Todo estaba oscuro y gris parecía que las nubes lloraban por estar en
un lugar así, pero una música empezó a sonar. Primero, las nubes se volvieron
de algodón y la oscuridad se tornó luz; era la famosa arpa dorada de Dorotea
Doradina. Cuando ella la tocaba todo se volvía alegre; se decía que el arpa
había sido confeccionada por El Nuberu y que éste había usado las crines de un
pegaso para hacer las cuerdas del instrumento.
Cuando entraron oyeron la voz
del cuélebre:
-¡¿Quién osa despertarme?
Sin responder siquiera, Topolón
saltó hacia él espada en mano.
¡¡¡¡¡CLANCK!!!!! La espada se
partió en dos, el cobarde del caballero salió corriendo detrás del escudero.
-Cómetelo a él pero, por favor,
no me hagas daño ¡buaaaaaaah!
Topolón se puso a llorar.
-¿¿¡¡Pero qué dices!!??-Se
sorprendió Confuncio. - Bueno “pelillos a la mar”; yo me ocupo.
Y empezó a avanzar hacia el Cuélebre,
la princesa, que lo estaba viendo todo, quedó impresionada por la valentía del
escudero. El escudero se arrodilló ante el Cuélebre, metió la mano en la
mochila y de ella sacó...
¡Un trozo de pan!
-Por favor, señor, acepta esta
ofrenda antes de comerme-Le dijo el astuto escudero.
Y el cuélebre le respondió:
-¡No creas que por esto no te
comeré!
Mientras tanto, se tragó entero
el pan.
De repente, el Cuélebre cayó
muerto.
-El pan-anunció Confuncio-tenía
unos clavos que se han clavado en su garganta acabando con él. “Más vale maña
que fuerza”.
Y todos volvieron al castillo.
6. Fueron felices y comieron perdices
En la sala del trono estaban arrodillados
Topolón y Confuncio. El rey estaba sentado en su trono y Dorotea a su lado. El
rey empezó a hablar:
-Confuncio, da un paso adelante.
Dicho y hecho.
-Por el poder que se me ha
concedido, yo te nombro sir Listillo.
Confuncio se retiró.
-Topolón, tú serás su escudero.
Topolón salió corriendo y
llorando hacia sus aposentos.
Y así, todos, o casi todos, vivieron
felices y comieron perdices.
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