Capítulo 1
El monstruo de la
habitación
Sara
era una niña que vivía en París. Era bajita, tenía los ojos azules,
siempre vestía con ropa cara y su pelo era rubio como el trigo. Le gustaba
jugar a pintarse los labios con el pintalabios de su madre y se los ponía tan
rojos como un tomate.
A los 8 años, se cambió de casa y,
aunque estaba muy feliz porque era una casa muy grande y su habitación era la
más bonita que había visto nunca, ya
desde la primera noche escuchó un ruido que parecía proceder de la propia casa.
Estaba convencida de que era un monstruo que se escondía en el armario o debajo
de la cama.
Desde ese momento, antes de acostarse
siempre le pedía a su madre que revisara
el armario y mirara debajo de la cama
para asegurarse de que el monstruo no estaba en su habitación y así poder
dormir tranquila pero, aun así, todas
las noches seguía escuchando el ruido.
Cada noche estaba más asustada y
estaba convencida de que el monstruo estaría en su habitación para siempre,
así que le dijo a su madre que no aguantaba más y le suplicó que la
dejará pasar la noche con ella.
Mientras dormía con su madre volvió a
escuchar el mismo ruido. Le entró tanto miedo que no podía parar de llorar y le
dijo a su madre que no podían quedarse en esa casa porque no soportaba dormir
con tanto miedo.
Su madre la tranquilizó y le pidió que
aguantara una noche más. A la noche siguiente,
como no podía dormir, se asomó a
la ventana y cuál fue su sorpresa cuando descubrió que el ruido que tanto la
atormentaba provenía del camión de la
basura que paraba justo debajo de su ventana para recoger los cubos.
Por fin el miedo a los monstruos
desapareció y pudo disfrutar
completamente de su nueva casa.
Capítulo 2
El hombre misterioso
Sara estuvo muy contenta y sin miedos
hasta que cumplió los 14 años. Una noche, cuando se iba a acostar después de
haber terminado todos los deberes, se acercó a la ventana para cerrarla y
descubrió una silueta humana que parecía
estar mirando a su habitación. Ella
pensó que era un hombre que la vigilaba para saber cuándo se iba y
entrar a robar en su casa.
Noche tras noche observaba que la
silueta continuaba vigilándola, pero no
se atrevía a decírselo a nadie por vergüenza a que se burlaran de ella por
tener miedo.
Una vez al mes, ella y sus amigas
hacían una fiesta de pijama y aunque ella siempre ponía alguna excusa para no
hacerlo en su casa, no siempre podía
evitarlo y disimulaba su miedo lo mejor posible, lo que le resultaba más fácil porque dormía
con su mejor amiga que le daba mucha confianza.
Ya estaba harta de vivir con miedo a
ese señor que la vigilaba, así que se armó de valor y decidió ir a hablar con
él. A mitad de camino lo pensó mejor y decidió dejarlo para por la mañana a la luz del Sol.
Al día siguiente salió de casa y fue
directa hacia el hombre misterioso y cuando llegó se dio cuenta de que no era
más que un simple espantapájaros de madera, con una camisa blanca como el
algodón y un gorro rojo que a veces se movía por el viento.
En la siguiente fiesta de pijama que
organizó en su casa, les contó la historia a sus amigas y todas juntas se
rieron y lo pasaron fenomenal.
Capítulo 3
La casa de la bruja
Sara tenía ya 16 años cuando escuchó
un rumor por la calle que decía que la
casa abandonada que había cerca de su casa
estaba habitada por una bruja. Decían que si entrabas en la casa, la
bruja te metía en una cacerola para comerte.
Al principio Sara no se lo creyó, le
pareció hasta un poco infantil, pero una
mañana que pasó por delante de la casa para ir al instituto escuchó un ruido y
al asomarse a la ventana vio el vapor que desprenden las cacerolas cuando
cuecen algo. Le entró tanto miedo que echó a correr y no paró hasta llegar al instituto.
Esta vez sí que les contó a sus amigas
lo que había visto y se sorprendió cuando todas afirmaron que habían oído el
mismo rumor y que tenían el mismo miedo.
Durante mucho tiempo tanto ella como
sus amigas evitaban pasar por delante de la casa por miedo a que la bruja
existiera de verdad.
Sara hasta soñó con ella y en su sueño
la bruja era muy vieja con un montón de
arrugas, una verruga en la nariz, los labios morados como las uvas, el pelo
gris como la ceniza y rizado a trozos, más
bien parecían nudos.
Cuando contó el sueño a sus amigas éstas
aseguraron haber soñado con una bruja muy parecida... No les parecía casualidad;
pensaban que la bruja se estaba metiendo en sus sueños para torturarlas.
Un día que tenía mucha prisa, se
decidió a pasar por delante de la casa para atajar y, de repente, vio a un
grupo de personas en el jardín de la casa de la bruja. Corriendo se acercó para
avisarles de que en la casa vivía una bruja pero ellos se rieron y le dijeron que
la casa era una casa normal, que les pertenecía a ellos, pero que hacía mucho tiempo que no la habitaban;
solo algunos días de verano iban a hacer alguna barbacoa con sus amigos, de ahí
el humo que había visto Sara al asomarse a la ventana.
La invitaron a entrar y a ver la casa
y se dio cuenta de que la casa era muy vieja,
pero normal.