lunes, 20 de mayo de 2019


   El Ciervo Blanco

Había una vez, en un frondoso bosque, un pequeño cervatillo que acababa de nacer.
El cervatillo tenía unos grandes ojos color negro azabache. Él era como los demás cervatillos, lo único que le diferenciaba de ellos era que su suave pelaje era tan blanco que incluso destacaba entre la nieve. Eso no era normal, pues todos los cervatillos eran de un color marrón clarito con delicados puntos blancos en el lomo.
El cervatillo creció como un ciervo normal, pero nadie quería hablar con él y se burlaban de su pelaje blanco.
Un día le preguntó a su madre:
-¿Mamá, he hecho algo mal para que nadie quiera ser mi amigo? ¿Por qué se burlan de mi pelo?
-Tú no has hecho nada, mi amor.- le respondió con su cálida y dulce voz- Es solo que tienen envidia de tu precioso pelaje.
Él, un poco más tranquilo, se fue en busca de un amigo.
Cuando llegó a la edad adulta y dejó de depender de su madre, al ciervo blanco le salieron unas enormes astas para la época de celo, pero el pobre estaba tan desesperado por encontrar un amigo o una amiga para no sentirse tan solo que no le importaba tener o no pareja.
Cuando reunió el valor suficiente, se marchó de su hogar para ver si en algún otro sitio podía hacer amigos.
Se recorrió todo el bosque y en ninguna de las manadas que visitó le aceptaron tal y como era. Ya casi sin esperanza se dispuso a ir a la última manada que le quedaba por visitar y, cuando llegó, le permitieron quedarse unos días por cortesía.
Era ya entrada la noche, pero no podía dormirse así que se fue a dar una vuelta. Llegó hasta un riachuelo y allí la encontró: una cierva de ojos verde bosque y pelo marrón tan oscuro como la corteza de un árbol. Era la que había visto antes y ella no lo había mirado con desprecio, sino con pura curiosidad.
Se acercó a ella y cuando levantó la cabeza (pues estaba bebiendo agua del riachuelo) se saludaron con curiosidad.
Desde ese momento estuvieron hablando de muchas cosas y al final cuando el sol ya estaba saliendo por el horizonte, el ciervo le dijo:
-         ¿Sabes?, eres la primera que no me mira con desprecio ni me evita desde que nací.
-         Bueno, me encanta tu pelo y tus ojos; además, eres el ciervo más majo que he conocido. ¿Por qué debería tratarte mal?- contestó ella.
-         No lo sé, pero creo que los otros me tratan así porque soy diferente.
-         Pues ellos se lo pierden- dijo ella con una sonrisa mientras echaba a correr.
Él sacudió la cabeza, sonrió y se fue corriendo detrás de ella hacia el horizonte donde el sol ya salía.
Desde ese día el ciervo nunca más estuvo solo y además tuvo dos preciosos hijos, un cervatillo marrón como el tronco de un árbol con delicadas manchas en el lomo y una cervatilla con el pelo tan blanco que las nubes se morían de envidia ante tanta blancura. Los dos tenían unos ojos grandes y profundos; la hembra los tenía  verde bosque como su madre y su hermano negros como el azabache igual que su padre.

Moraleja: Nunca juzgues a alguien por su aspecto, nacionalidad o costumbres, antes de conocerla, porque te puedes estar perdiendo una persona increíble.

                                                                           Julia 6ºA. 

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