UNA
PLANTA Y SU SOMBRA
Alberto
Arranz Clemente
Hace mucho,
muchísimo tiempo, una planta vivía en un denso bosque. Tan altos y enormes eran
aquellos árboles, que formaban una impenetrable muralla a los traviesos rayos
de sol, que después de muchas embestidas, acabaron agotados.
La planta
apenas tenía luz para vivir, y por mucho que gritara (sí, hablaba [y gritaba])
nadie la socorría. Muchas noches soñaba con crecer, y crecer, hasta superar las
miles de hojas de árboles y tener luz para alimentarse y hartarse.
Un buen
día, un tiempo después, aparecieron a su alrededor seres extraños que ella
nunca había visto: tenían una bola enorme en la parte superior y un corto
tronco blando del que sobresalían cuatro ramas. Usaban dos para caminar. Las
otras dos les eran más útiles, pues las usaban para infinidad de cosas como coger
extraños artilugios, con una o dos manos, mantener el equilibrio al correr,
pues las agitaban de una extraña forma, etc. Con esas mismas cosas la separaron con delicadeza del
suelo, y la depositaron en un cesto.
Viajaron
durante un día o dos, hasta que llegaron a un castillo. Para ella, aquello era
una montaña tallada ahuecada con
extraños túneles.
La
volvieron a plantar en un enorme jardín, con plantas como ella con distintas
formas y colores.
Entre
tanta felicidad, la planta no se dio cuenta de que la luz también causaba
sombra. Siempre había visto a las sombras como algo malo, aquello de lo que
quería librarse. Su punto de vista cambiaría muy pronto.
El día
siguiente, absorta en sus pensamientos, oyó una cercanísima voz que le susurró
con tono dulce:
-Me llamo
Cladiss. ¿Y tú?
-No tengo
nombre, pero como eso es cosa mía, decidiré llamarme Talia. Ahora somos amigas.
Un momento... ¿Tú quién eres?
-Soy tu
sombra, Talia, tu sombra- dijo – Nací cuando el sol empezó a llegar a ti.
A partir
de entonces Talia hablaba con Cladiss todos los días y, de hecho, no hacía otra
cosa.
Tres meses
pasaron, y otra planta llegó al jardín: una hermosa rosa, de un rojo intenso y
precioso, con un tallo fuerte y hojas de un verde espléndido. El jardín estaba
lleno, así que, por desgracia, a Talia tuvieron que quitar.
“No pasa
nada- pensaba- mientras la tenga a ella, seguiré siendo feliz”
Al fin de
otro largo viaje, la llevaron a una casa. Una casa en un bosque más oscuro y
profundo que el anterior. Talia la miró con horror.
-¡Cladiss!
¡Cladiss! ¿Has visto a dónde nos llevan? ¡¡Cladiss!!
Nadie le
respondió. Soltó una gota de agua en forma de lágrima.
Pasaron
unos meses de soledad y aburrimiento, y al final, un día frío de invierno, los
árboles caían, muertos. Así cayó otra vez un rayo de sol, atravesando la
ventana.
-¿Cladiss?
¿Estás ahí?
-Sí,
Talia- dijo aquella agradable voz que a ella tanto le gustaba-. Vuelvo a estar
junto a ti.
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