domingo, 8 de marzo de 2015







UNA PLANTA Y SU SOMBRA

Alberto Arranz Clemente

Hace mucho, muchísimo tiempo, una planta vivía en un denso bosque. Tan altos y enormes eran aquellos árboles, que formaban una impenetrable muralla a los traviesos rayos de sol, que después de muchas embestidas, acabaron agotados.

La planta apenas tenía luz para vivir, y por mucho que gritara (sí, hablaba [y gritaba]) nadie la socorría. Muchas noches soñaba con crecer, y crecer, hasta superar las miles de hojas de árboles y tener luz para alimentarse y hartarse.

Un buen día, un tiempo después, aparecieron a su alrededor seres extraños que ella nunca había visto: tenían una bola enorme en la parte superior y un corto tronco blando del que sobresalían cuatro ramas. Usaban dos para caminar. Las otras dos les eran más útiles, pues las usaban para infinidad de cosas como coger extraños artilugios, con una o dos manos, mantener el equilibrio al correr, pues las agitaban de una extraña forma, etc. Con esas mismas cosas la separaron con delicadeza del suelo, y la depositaron en un cesto.

Viajaron durante un día o dos, hasta que llegaron a un castillo. Para ella, aquello era una montaña tallada  ahuecada con extraños túneles.

La volvieron a plantar en un enorme jardín, con plantas como ella con distintas formas y colores.

Entre tanta felicidad, la planta no se dio cuenta de que la luz también causaba sombra. Siempre había visto a las sombras como algo malo, aquello de lo que quería librarse. Su punto de vista cambiaría muy pronto.

El día siguiente, absorta en sus pensamientos, oyó una cercanísima voz que le susurró con tono dulce:

-Me llamo Cladiss. ¿Y tú?

-No tengo nombre, pero como eso es cosa mía, decidiré llamarme Talia. Ahora somos amigas. Un momento... ¿Tú quién eres?

-Soy tu sombra, Talia, tu sombra- dijo – Nací cuando el sol empezó a llegar a ti.

A partir de entonces Talia hablaba con Cladiss todos los días y, de hecho, no hacía otra cosa.

Tres meses pasaron, y otra planta llegó al jardín: una hermosa rosa, de un rojo intenso y precioso, con un tallo fuerte y hojas de un verde espléndido. El jardín estaba lleno, así que, por desgracia, a Talia tuvieron que quitar.

“No pasa nada- pensaba- mientras la tenga a ella, seguiré siendo feliz”

Al fin de otro largo viaje, la llevaron a una casa. Una casa en un bosque más oscuro y profundo que el anterior. Talia la miró con horror.

-¡Cladiss! ¡Cladiss! ¿Has visto a dónde nos llevan? ¡¡Cladiss!!

Nadie le respondió. Soltó una gota de agua en forma de lágrima.

Pasaron unos meses de soledad y aburrimiento, y al final, un día frío de invierno, los árboles caían, muertos. Así cayó otra vez un rayo de sol, atravesando la ventana.

-¿Cladiss? ¿Estás ahí?

-Sí, Talia- dijo aquella agradable voz que a ella tanto le gustaba-. Vuelvo a estar junto a ti.


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