LAS TRAVESURAS DEL TRASGU
En un pequeño pueblo de las montañas Asturianas, vivía
un matrimonio de campesinos llamados Juan y María. Tenían dos rebaños, uno de
vacas y otro de ovejas.
Habitaban
en una humilde choza de piedra y madera construida por ellos mismos.
Nunca
se quejaban de lo que tenían y eso que no era mucho, y aunque vivían alejados del poblado, bajaban todos los días
para vender la leche y el queso que
ellos mismos hacían. Con el dinero que obtenían compraban las cosas que
necesitaban y el resto lo ahorraban guardándolo en un pequeño bote que escondían junto a la única joya que
tenían (un pequeño colgante de oro que perteneció a la madre de María). El
escondite era un pequeño agujero poco profundo que habían hecho en su
habitación y que cubrían con un trozo de madera
y unas piedras encima.
Al
lado de su cama tenían una pequeña mesa con dos cajones en los que guardaban la
ropa de cada uno.
Todos los días eran iguales, se levantaban muy
temprano, y después de desayunar iban a ordeñar y dar de comer a las vacas y
ovejas, cuando tenían los establos limpios regaban la huerta y recolectaban lo
que ya estaba maduro.
Después
bajaban al pueblo a vender la leche y cuando volvían preparaban juntos la
comida.
Por
las tardes, mientras María se quedaba en casa lavando la ropa, Juan llevaba al ganado a pastar al campo.
Después
de cenar les gustaba quedarse junto a la lumbre un rato antes de acostarse.
Un día, cuando María iba a hacer el desayuno, no
encontró la sartén en su sitio y por mucho que pensaba que podía haber hecho con
ella, no logró recordar nada. Estaba segura de que la dejó en su sitio. Buscó
por toda la casa y por fin la encontró en el sitio más insospechado, ¡El cajón
de la ropa!
- ¡Menudo despiste que tengo!-Pensó.
Al llegar la tarde fue a coger el cubo para lavar la
ropa que solía dejar debajo de la mesa de la cocina, y cuál fue su sorpresa
cuando no lo encontró. No podía
creérselo. Ella siempre había sido muy organizada y no solía cambiar las cosas
de sitio.
Durante la cena le contó a Juan lo que le había
pasado, pero no le dieron mucha importancia.
En los días siguientes continuaron pasando cosas
extrañas, María no podía creérselo, se pasaba el día entero buscando cosas que
no estaban en su sitio y que ni ella ni
Juan recordaban haber movido
Juan estaba un poco preocupado por la salud de María y
le propuso ir al médico para quedarse más tranquilos.
El médico la examinó y vio que estaba perfectamente, y
les dijo que no le dieran importancia que todo el mundo se despistaba alguna
vez.
Fueron a casa dispuestos a olvidarse de lo que les
había pasado en los últimos días y seguir con su vida normal. Después de comer,
Juan se fue al establo para llevar a las vacas y ovejas a pastar y volvió
corriendo y gritando ¡Las ovejas no están!
¡La puerta esta rota!
Alguien las había soltado, y Juan le dijo a
María que una trastada así solo podía provenir de ‘El Trasgu’, que es un duende de orejas picudas con un agujero en su mano izquierda, vestido
con casacas y polainas, y siempre llega un gorro rojo como el tomate. Es muy
listo y por eso solo sale por las noches, cuando todos duermen, y aprovecha
para hacer todas las travesuras que se le ocurren y comer lo que le apetece,
sobre todo le gusta el arroz con leche.
Un día, cuando se levantaron, al ir a coger dinero de su escondite vieron
que el bote no estaba. Era todo lo que tenían y buscaron por toda la casa hasta
que por fin lo encontraron dentro del cubo
que guardaban debajo de la mesa de la cocina.
Estaban ya hartos, la situación no podía seguir así. Bajaron
al pueblo a preguntar cómo podían librarse del Trasgu, pero nadie lo sabía.
Por
fin, un sabio del pueblo les dijo que había tres formas de librarse para
siempre de él.
La primera es extender linaza o mijo por el
suelo y que lo recoja, la segunda es pedirle que ponga blanca una pelleja de
carnero negro y la tercera, y última, es pedirle que traiga un paxu (una cesta)
lleno de agua de mar.
Ellos decidieron que lo más sencillo era pedirle que
pusiera blanca la pelleja de un carnero negro
y así hicieron. Tan pronto como llegaron a casa gritaron por todos los
rincones la petición y, de repente, el Trasgu salió de su escondite muy
enfadado y se fue.
Desde ese instante María y Juan no volvieron a verle y
tuvieron las cosas ordenadas donde las dejaban siempre.
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