sábado, 9 de mayo de 2015

TRABAJO REALIZADO POR JORGE

 LAS TRAVESURAS DEL TRASGU


 


 
En un pequeño pueblo de las montañas Asturianas, vivía un matrimonio de campesinos llamados Juan y María. Tenían dos rebaños, uno de vacas y otro de ovejas.

Habitaban en una humilde choza de piedra y madera construida por ellos mismos.

Nunca se quejaban de lo que tenían y eso que no era mucho, y aunque vivían  alejados del poblado, bajaban todos los días para vender la leche  y el queso que ellos mismos hacían. Con el dinero que obtenían compraban las cosas que necesitaban y el resto lo ahorraban guardándolo en un pequeño bote  que escondían junto a la única joya que tenían (un pequeño colgante de oro que perteneció a la madre de María). El escondite era un pequeño agujero poco profundo que habían hecho en su habitación y que cubrían con un trozo de madera  y unas piedras encima.

Al lado de su cama tenían una pequeña mesa con dos cajones en los que guardaban la ropa de cada uno.

Todos los días eran iguales, se levantaban muy temprano, y después de desayunar iban a ordeñar y dar de comer a las vacas y ovejas, cuando tenían los establos limpios regaban la huerta y recolectaban lo que ya estaba maduro.

Después bajaban al pueblo a vender la leche y cuando volvían preparaban juntos la comida.

Por las tardes, mientras María se quedaba en casa lavando la ropa,  Juan llevaba al ganado a pastar al campo.

Después de cenar les gustaba quedarse junto a la lumbre un rato antes de acostarse.

Un día, cuando María iba a hacer el desayuno, no encontró la sartén en su sitio y por mucho que pensaba que podía haber hecho con ella, no logró recordar nada. Estaba segura de que la dejó en su sitio. Buscó por toda la casa y por fin la encontró en el sitio más insospechado, ¡El cajón de la ropa!

- ¡Menudo despiste que tengo!-Pensó.

Al llegar la tarde fue a coger el cubo para lavar la ropa que solía dejar debajo de la mesa de la cocina, y cuál fue su sorpresa cuando no  lo encontró. No podía creérselo. Ella siempre había sido muy organizada y no solía cambiar las cosas de sitio.

Durante la cena le contó a Juan lo que le había pasado, pero no le dieron mucha importancia.

En los días siguientes continuaron pasando cosas extrañas, María no podía creérselo, se pasaba el día entero buscando cosas que no estaban en su sitio  y que ni ella ni Juan recordaban haber  movido

Juan estaba un poco preocupado por la salud de María y le propuso ir al médico para quedarse más tranquilos.

El médico la examinó y vio que estaba perfectamente, y les dijo que no le dieran importancia que todo el mundo se despistaba alguna vez.

Fueron a casa dispuestos a olvidarse de lo que les había pasado en los últimos días y seguir con su vida normal. Después de comer, Juan se fue al establo para llevar a las vacas y ovejas a pastar y volvió corriendo y gritando ¡Las ovejas no están!  ¡La puerta esta rota!

 Alguien las había soltado, y Juan le dijo a María que una trastada así solo podía provenir de ‘El Trasgu’, que es un duende de orejas picudas  con un agujero en su mano izquierda, vestido con casacas y polainas, y siempre llega un gorro rojo como el tomate. Es muy listo y por eso solo sale por las noches, cuando todos duermen, y aprovecha para hacer todas las travesuras que se le ocurren y comer lo que le apetece, sobre todo le gusta el arroz con leche.

Un día, cuando se levantaron,  al ir a coger dinero de su escondite vieron que el bote no estaba. Era todo lo que tenían y buscaron por toda la casa hasta que por fin lo encontraron dentro del cubo  que guardaban debajo de la mesa de la cocina.

Estaban ya hartos, la situación no podía seguir así. Bajaron al pueblo a preguntar cómo podían librarse del Trasgu, pero nadie lo sabía.

Por fin, un sabio del pueblo les dijo que había tres formas de librarse para siempre de él.

 La primera es extender linaza o mijo por el suelo y que lo recoja, la segunda es pedirle que ponga blanca una pelleja de carnero negro y la tercera, y última, es pedirle que traiga un paxu (una cesta)  lleno de agua de mar.

Ellos decidieron que lo más sencillo era pedirle que pusiera blanca la pelleja de un carnero negro  y así hicieron. Tan pronto como llegaron a casa gritaron por todos los rincones la petición y, de repente, el Trasgu salió de su escondite muy enfadado y se fue.

Desde ese instante María y Juan no volvieron a verle y tuvieron las cosas ordenadas donde las dejaban siempre.

 

FIN

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