Pablo Rincón
6B
El Duende Alfri
Érase una vez un pequeño duende, que
soñaba con algún día, poder salvar a su reino de las temibles hadas, aquellas
de las que ustedes han oído hablar bien. Pero todo aquello era mentira, eran
feas, y que te digo yo, ¡horrendas! Eran horrendas, malas y despiadadas; me
recordaban a una fea polilla. Las alas hermosas pero al mirar su cuerpo te
entraba un escalofrío por todo el cuerpo. Este duende tenía los ojos marrones,
un cabello corto y su nariz no era del todo normal, era más grande que una
zanahoria; las orejas, igual de largas y puntiagudas que todos los duendes, el
nombre de este soñador era Alfred pero todo el mundo le llamaba Alfri.
El reino tenía muchos colores llamativos;
uno de ellos era el verde. Había verde pistacho, verde azulado, verde oscuro y
muchísimos más. Cerca de este había un estanque con nenúfares y flores
acuáticas preciosas. Para pasar por aquel estanque se necesitaban ranas y Alfri
conocía una. Ella y Alfred eran como Don Quijote y Rocinante.
Un día Alfri se aburría así que
decidió explorar con su rana el bosque a ver si encontraba algo. Alfri era un
tipo muy curioso y se adentró mucho en el bosque hasta perderse. Llegó un
momento en el que se desesperó; tenía miedo. Si, ya sabemos que él soñaba con
salvar su reino de las hadas pero en realidad él era un duende muy miedoso,
fantasioso, con un sueño que encajaba más bien con su bondad que con su valor. Muy
lejos de eso a él le costaba relacionarse y por eso siempre estaba con su rana.
Como dijimos estaba perdido en el bosque y tenía mucho miedo. Pese a eso saco
valor y siguió caminando hasta un claro del bosque. Allí había luz y se podía
ver con claridad. Se sentó en un árbol cuando, de repente, se abrió una compuerta
a su espalda y se cayó al vacío dándose un gran golpe en la cabeza. Cuando despertó
no podía creer lo que veía; era un hada bellísima, no como la imaginaba.
-¡No me lo puedo creer!- gritó Alfri.
-¡No te asustes por favor!- dijo el hada.
-¿Tú no tienes cara de mala, eres buena?
-En realidad todas las hadas somos buenas, pero los Mortons se disfrazan de nosotras
para que los demás reinos se enfaden y nos aniquilen para después quedase con
su reino; han destrozado el suyo. Las pocas que quedamos nos hemos refugiado
aquí, en el bosque; o mejor dicho, bajo el bosque.
-¿Quiénes son los Mortons?
- Los Mortons son unos seres… Espera, ¿nunca has visto un
hada falsa?
- Pues la verdad es que no.
- Bueno, pues allá va: los Mortons tienen la nariz larga y
arrugada, pero a diferencia de los duendes la tienen flexible, ya que la pueden
orientar hacia lo alto, para abajo, en diagonal, a la izquierda o a la derecha.
Sus ojos son minúsculos y solo los pueden ver otros Mortons; las orejas, si se
las puede llamar así, están en la parte posterior de la cabeza y la boca en lo
que sería nuestra frente. Sobre su pecho se les notan las costillas, pero
tienen unos brazos más gordos que su cabezón y les llegan hasta el suelo. Bajo
la cintura, simplemente tienen una babosa y asquerosa cola de gusano. Son muy
agresivos; no conocen la felicidad.
- ¡Son tan feos como los pintan!
- La verdad es que si. Por cierto, ¡no me he presentado! Me
llamo Evie, ¡encantada!
- Lo mismo digo. Soy Alfri.
- ¿Me acompañas a conocer a los demás?
- ¡Pues claro!
Evie y Alfri entraron por una senda, mientras que la rana
esperaba a su amo fuera, como si no hubiese pasado nada. Una vez dentro, Evie
le explicó a Alfri que el masculino de las hadas eran los hombres hoja, seres
como las hadas, pero sin alas; al contrario de las hadas, ellos llevaban ropa
hecha a partir de hojas y no de flores. Además, pese a no poder volar, entre
todos habían bordado las hojas para poder planear con ellas, de un lado a otro.
Cuando Evie y Alfri llegaron a las profundidades se toparon
con un gran número de supervivientes, (teniendo en cuenta que antes eran miles
y ahora apenas llegaban a la centena). Alfri los saludó con vergüenza. Las
hadas y los hombres hoja estaban felices, pese a haber perdido su reino.
Después de pasar un par de días con los supervivientes, y
comprender todo lo que habían sufrido injustamente, Alfri tuvo un sentimiento
de empatía muy fuerte, y sintió desde lo más profundo de su ser un deseo de
ayudar a sus nuevos amigos. Ya no quería vencer a las falsas hadas, sino
liberar a las verdaderas. Este deseo de justicia era algo que cobraba mucha más
fuerza de lo que jamás hubiera imaginado. Entonces fue cuando Alfri dijo:
-Queridos supervivientes, he comprendido que vosotros no
merecéis vivir así, por eso, he decidido traeros conmigo a ver a mi rey. Le
solicitaremos ayuda, y juntos, venceremos a los Mortons, y recuperaremos
vuestro reino y libertad.
-¡Viva Alfri! Gritaron todos al unísono.
Al alba todos salieron. Alfri montó a su rana y Evie subió
junto a él y señaló el camino.
Después de tres largas horas, llegaron al reino de los
duendes. Allí, Alfri, el primero de la fila, fue directo al castillo. Una vez
en sus puertas, las abrió y dijo solemnemente:
-Mi rey, he descubierto que aquellas a las que llamamos
hadas, no son más que Mortons, y las verdaderas son buenas, y nos están
solicitando ayuda.
-En ese caso, quiero que una de ellas me presente la
solicitud de ayuda en persona.
Entonces Evie salió de las sombras y junto a Alfri tuvo una
larga conversación con el rey. Pasado un rato, el rey cedió, y Alfri ya tenía
un plan. Las hadas atraerían a los Mortons mientras que el resto se preparaba
para la batalla. Después, cuando divisasen a los Mortons y entrasen al reino,
la batalla comenzaría.
El plan funcionó a la perfección; los Mortons fueron atraídos
como polillas hacia las hadas, mientras los duendes y los hombres hoja se
preparaban, liderados por Evie y Alfri. Cuando consiguieron que los Mortons
entrasen al reino, la batalla comenzó. Era la primera vez que Alfri se sentía
valeroso, y blandía una espada; pero no solo eso, ¡estaba liderando al
ejército!
La batalla duró horas, hasta que por fin, Alfri y Evie se
encontraron frente a frente con el rey Morton. Alfri, que había visto muchas
pelis de caballeros, sabía componer movimientos de espada, mientras que Evie
usaba la magia, Alfri blandía su arma ejecutando movimientos de espada y de
muñeca, ¡se sentía un auténtico espadachín! Tras otra hora más, vencieron a los
Mortons, y les encerraron en las celdas con barrotes laser. Después,
descansaron, respirando el aire puro mientras que les felicitaban. ¡Por fin se
había terminado todo! Las calles estaban destrozadas pero todo el mundo
sonreía. De repente, en medio de la fiesta se acercó el rey y Alfri se apartó
para dejarle pasar, pero el rey le dijo:
-Eres un gran duende, no sé como compensaros a Evie a tu Rana
y a ti.- Y después de meditar un poco dijo- Dime, ¿Qué queréis tus amigos y tú
de recompensa?
Alfri dijo:
- Majestad, no necesitamos nada a a cambio, es un favor, un
regalo para el pueblo.
El rey insistió y les estuvo todo el rato diciendo los regalos
que les podía dar.
-Majestad, no necesitamos ningún regalo- Volvió a decir Alfri
-¿Ni un solo rubí, ni un diamante?
-Ni eso.
Después de un rato el rey, que por cierto se llamaba
Trastolillo II, acabó accediendo. Antes de marcharse a seguir con la fiesta
miró a Alfri y le dijo:
-Aunque no te premio de ninguna manera, ten por seguro que siempre
vas a tener mi hombro donde te podrás apoyar, y mi techo, donde podrás dormir.
Seguidamente se oyó su nombre retumbar por el altavoz. Cuando
subió al podio le premiaron con una medalla, un diploma y con un gran aplauso.
Aquella noche fue una de las mejores de Alfri y sus amigos.
Cuando llegó a su pequeña choza pensó en todo lo que le había
ocurrido y por fin, pudo descansar.
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