jueves, 8 de febrero de 2018



Todos nacemos libres e iguales
                                                                                                                   Sofija Ristic

“Nadie nace odiando a otra persona a causa de su color de piel, discapacidad, origen o religión.
La gente aprende a odiar, y puesto que eso es posible, también lo es aprender a AMAR, algo que es mucho más natural para el corazón humano.”
                                                                                                    -Nelson Mandela
                                     ¡Hola!
Yo me llamo Samay y  desde que era pequeña llevo unos audífonos que me ayudan oír mejor; y sí, es un nombre algo raro, lo sé. Lo interesante es que, significa “paz” entre otras definiciones, “sosiego”, para ser sincera, no hay mucha paz ni derechos en el mundo.
Lo tengo claro por experiencia, creedme… Y me gustaría compartir mi historia. Pero tranquilos, ¡tiene un final feliz! Sinceramente, creo que todas las historias deberían tenerlo, no es agradable que tu vida acabe con sufrimiento.
Bueno, ¡que me enrollo mucho!
Solo quiero que todos tengan clara una cosa: No podéis criticar a nadie por ser como es, no es su culpa haber nacido en este sitio, o en aquel otro. Ni es su culpable por haber nacido ciego o con alguna enfermedad. Los únicos culpables de estos casos, son las personas que critican.
Así que, aquí os dejo un trozo de mi experiencia…
 Un otoño, al empezar quinto en un colegio totalmente nuevo, estaba muerta de vergüenza y miedo.
Era mi primer año en ese lugar así que, no estaba muy segura de cómo iría la cosa, cuando, de repente, un niño con cara malhumorada se me acerca e irrespetuosamente, me pregunta:
-¿Qué es eso, una especie de pendientes raros?  La próxima vez dile a tu madre que son muy feos y que no te los pongas más. Es solo un consejo.
El descarado se fue a hablar con sus amigos y me dejó plantada al borde  de las escaleras, sin nadie a quién hablarle.
Luego, justo después, vi a un grupo de niñas en la otra esquina, mirándome y susurrándose cosas unas a las otras; seguramente era algo sobre mí.
Cuando entre a clase, la profesora era la única que fue lo bastante considerada para decirme algo educado:
-Hola, cielo. Espero que te sientas bienvenida. Por cierto… ¡Me encantan tus audífonos! ¡Me parecen una pasada! Anda, siéntate con quien quieras y os hablo un poco de lo que vamos a hacer este curso.
Elegí sentarme al lado de una niña llamada Grace. A primera vista, parecía simpática. Mientras, la profesora nos dejó hablar un poco entre nosotros para conocernos mejor. Ella no dijo nada y se dio media vuelta para hablar con otra chica que se sentaba a su lado izquierdo. Me pareció un poco maleducado de su parte así que, para no aburrirme, saqué mi cuaderno y me puse a apuntar lo que la señorita nos iba diciendo.
Cuando Grace se dio media vuelta, resultó algo sorprendida y confundida a la vez, y le dijo a su amiga:
-¡Ah! Espera, que sabe escribir…-Pero se está saltando palabras… -Respondió en voz baja la otra niña.
Ellas, evidentemente, creían que no las podía oír, pero de hecho las oía perfectamente con solo cambiar el programa de mi audífono.
Y lo de que me salto palabras, es muy difícil escuchar a la tutora si casi todo el mundo está hablando a gritos, solo conseguía copiar lo que escribía en la pizarra y algunas palabras donde forzaba más la voz.
El resto del día fue básicamente igual, así que, como os podéis imaginar, volví muy triste a casa.
Mi madre estaba bastante preocupada, pero yo no le quería decir lo que me pasaba por que sabía que si se lo contaba, tendríamos que cambiarnos de colegio otra vez, y no me dan muchas ganas de volver a hacerlo.
Siempre, cuando pasa esto, pienso que me voy a acostumbrar, pero nunca lo acabo consiguiendo. Ahora que soy más mayor, sé cómo actúa la gente y cómo hay que actuar ante otras personas; por lo tanto, creo que ahora me va a costar menos.
Al día siguiente me di cuenta de que la gente ya casi no hablaba de mí ni me criticaba, sino algo bastante diferente pero, a la vez, igual de irrespetuoso. Lo que pasó fue que, a pesar de atreverme a hablar y a decirles “Hola” a todos mis compañeros, nadie me respondió. Ni siquiera me hacían caso. Me estaban ignorando, a secas.
Durante la hora de la comida, no tenía a nadie con quien conversar.
Cuando, así como así, se me acerca una chica de pelo negro como el carbón y me dice:
-Hola, encantada. Me llamo Judy. - Dijo la niña y me sonrió tímidamente.
 -Hola, eh, esto… Yo me llamo Samay- Respondí e intente sonreír también, pero más que parecer simpática, creo que la asusté un poco con mi sonrisa de oreja a oreja.
-Hum,… Bueno, pues no sé; te he visto sentada sola así que decidí venir y hablar un poco contigo y conocernos un poco mejor. ¿Qué deportes te gustan? O, ¿no te gustan los deportes?- Me preguntó Judy.
-Sí, sí me gustan. De hecho, ¡me encantan! Ah… Ya, bueno… A mí me encanta la natación y el baloncesto, ¿y a ti?- Procuré no emocionarme mucho y sonar como que sí me parecía interesante el tema de conversación, (que en realidad lo era).  
-A mí también me gustan mucho los deportes, todos en general. Pero mis favoritos son el balonmano, voleibol y el baloncesto también. Creo que soy muy de deportes que se juegan con la mano, jeje.-  Afirmó Judy, fluyendo la conversación.
Y así  Judy y yo continuamos hablando hasta que tuvimos que volver a clase. Creo que nos hemos vuelto bastante amigas  y nos hemos alegrado el día una a la otra porqué me di cuenta de que Judy tampoco tenía a nadie más con quien hablar.
Cuando, volví a casa y se lo conté a mi familia, estaban muy orgullosos de mí. Todos me dijeron que al final no iba a ser tan malo como pensaba y, la verdad es que, estaban en lo cierto.
Me dormí, sorprendentemente con ganas de volver al colegio y hablar con Judy sobre nuestros intereses. O, aún mejor, a encontrar más personas que estaban solas y atreviéndonos a hablar con ellas, ¡y formar un grupo de amigos muy grande!
Al cabo de dos semanas, seguíamos solas. Un seis de Octubre, encontramos a una niña del grupito ese que siempre nos miraba y se nos burlaba por estar siempre nosotras dos, solas.
Estaba llorando en un rincón, y sus amigas al otro lado hablando y cuchicheando.
-¿Nos atrevemos a preguntarle qué le pasa y ofrecerle unirse a nuestra pandilla?- le pregunté a Judy.
Ella afirmó con la cabeza y rápidamente fuimos a consolara.
-¿Qué te pasa?, ¿te podemos ayudar?- preguntamos las dos.
La niña levantó la cabeza, cuando enseguida nos dimos cuenta de quién era… Resultó ser Amelia, una de las chicas más atléticas de todo el colegio.
-Es que, hoy en clase de Lengua, me di cuenta de que mis mejores amigas estaban diciendo cosas a mis espaldas, y se burlan de mí por ser polaca y tener acento. También es por causa de que le dijeron a Paul que quería ser la novia. Paul es el chico que me gusta. Y sé que tienen razón, porque sí me gusta, pero no hacía falta decírselo por que ahora lo sabe todo el colegio- explicó Amelia.
Judy y yo la intentamos consolar diciéndole cosas tipo: “Ignóralas, si dicen todo eso de ti significa que no son amigas de verdad”; o también: “Solo te tienen envidia por hablar mejor inglés y polaco que ellas” Y de alguna forma Amelia consiguió unirse a nuestro grupo. Ya éramos tres, y podríamos ser más pero era mejor que solo ser dos.
Al finalizar Noviembre, ya éramos cinco, entre ellos: Judy, Amelia, Jolette, (una chica a la que la insultaban por su color de piel) Linu, (un niño al que le hacían burlas por tener ansiedad) y yo.
Al volver de las vacaciones de Navidad todos nos decían:
 -Solo aceptáis a niños o niñas que están solos o que tienen algún problema de haber sufrido bullying. Nunca os queréis socializar con personas normales. Al final vais a acabar siendo un hospital o un psicólogo infantil como sigáis así.
-Nosotros intentamos aclarar que solo intentábamos ayudar a los que están solos por alguna causa y ser sus amigos. Todos somos diferentes y a la vez iguales bajo la piel. Y ser diferente no es un problema; ser tratado diferente es el problema. Cada uno se puede acercar y ser nuestro amigo o amiga. Igual que no te gusta que te critiquen, corrijan, y discriminen, tú tampoco lo hagas.-  Dijimos en frente de toda la clase y nos volvimos a sentar en nuestros pupitres.
Nuestros compañeros, quedaron conmovidos y la profesora nos dio un positivo a cada uno.
 
Después de todo esto, la gente aprendió a aceptar nuestras dificultades y a contribuir cuando a alguien le cuesta hacer algo. Jugamos juntos todos los días y  no nos enfadamos por tonterías. Aunque a veces nos seguimos enfadando, no es malo tener peor día que otro y justo por eso hay que aprender a ayudarse unos a los otros en esos días. Y, en general, siempre hay que hacerlo.  


FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario