NAILA Y EL ROBOT DE LOS DERECHOS
by Ángela Chase
Sarabia
Hola, me llamo Neila y os
voy a contar una historia. Bueno, en
realidad no es una historia, es algo que he vivido yo y que mucha gente vive en
el mundo. Sabéis a lo que me refiero,
¿no? ¡No lo sabéis! Pues, es bien fácil y quizás un poco triste. Os la defino en una frase: No dejan disfrutar
a las personas que creen inferiores de sus derechos humanos. Si no sabes qué son los derechos humanos,
pues lo miras en Google o en Internet.
Yo cuando era joven era
una chica alocada y feliz, a pesar de vivir en las condiciones que vivía; es
decir, apretujada con mis hermanos en una casita en Yemen. Si, he dicho Yemen. Ya sé que mucha gente lo borro del mapa hace
siglos, pero, NOOOOO, sigue aquí, en guerra, pero está aquí.
Yo era morenita, bajita,
con el cabello liso, negro y brillante.
Pero yo tenía algo que las demás chicas de mi edad no tenían. Todas las chicas tenían los ojos rasgados
(hasta en mi familia), pero yo no. Yo
tenía los ojos bien grandes. Mi madre decía que era para observar bien el
mundo. La verdad es que cada cosa que veía
me resultaba curiosa. Se me olvidó
mencionar que mi nombre en árabe significa “éxito.”
Bueno, os contaré mi
historia.
A la edad de los 11 años
yo ya trabajaba. Era en la fábrica de
metales que había en el barrio. Aunque
trabajaba muchas horas, conseguía muy poco dinero. Pero era lo suficiente (al
juntarlo con lo que ganaban mis hermanos) para mí y para mi familia.
Un día un piloto se
acercó a la fábrica. Yo estaba en el
patio de la fábrica picando rocas.
Cuando el piloto entró en el patio, me fijé en él. Era alto y fuerte con
un aspecto violento. Cuando se acercó a
la puerta de la fábrica me dijo que se la abriera. Yo le pregunté, “¿Para qué?”. Él me contestó
que no era de mi incumbencia y me dio una patada en la espinilla mientras
encendía un puro. Yo, un poco molesta,
le abrí la puerta. Mientras se alejaba
me di cuenta de que el piloto había dejado la puerta de su avioneta
abierta. En ese momento, se me pasó por
la cabeza la idea de colarme. Y así lo hice.
Al meterme en la nave, me
senté en sillón del piloto. Vi que había
una pantalla en la que decía: “Llamada en espera.” Pulsé el botón que decía
aceptar y oí una nota de voz. Era un
hombre de la armada transmitiendo el siguiente mensaje: “Vamos a bombardear a
Yemen en tres horas. Esos malditos yemenís no volverán a molestarnos nunca más
y consiguiéremos todo el territorio.
Debes destruir el robot 69ORRT9 para que no les salve. Te mando un mapa
de su localización. ¡Date prisa!”
Cuando oí eso me sentí
bastante ofendida y preocupada. No iba a
dejar que esos “del otro bando” (así los llamaba mi madre) se cargaran Yemen
tal y como yo lo conocía. Así que eché
una ojeada al mapa y vi que el punto donde tenía que ir estaba a 100 kilómetros
de la fábrica. ¡No me daba tiempo! Tomé
la decisión que casi todo el mundo hubiera hecho en mi lugar: Volaré hasta allí
con el avión. Ya sé, ya sé. Pensaréis que estoy loca, pero era eso o
nada. Cogí los mandos del avión, cerré los ojos y tiré de los mandos hacia arriba. ¡Sonó RRRRRRRBOOOOOOM y cuando abrí los ojos
estaba volando! Me sentía como una verdadera pilota.
Pues eso, yo iba tan
tranquila y de repente sonó: “Pi, pi, pi, pi.” Pensaba que el avión iba a
estallar. Pero luego oí: “Has llegado a tu destino.” A continuación, aterrizamos (era un avión
auto pilotado). Me planté enfrente de un
pequeño cuartel general. Llame a la puerta y al instante apareció delante de mí
un hombre bajito con los pelos de punta y alocados. Me entregó una especie de dron y me dijo que
me fuera rápido. Al principio, no
entendí porqué tanta prisa, pero al poco rato descubrí que a unos 1.000 metros
de nosotros había una tropa de aproximadamente dos cientos hombres. Corrí al avión, me subí y me fui
volando. Cuando aterrizamos el dron se
elevó en el aire. Encima del dron,
apareció una sillita justo de mi tamaño.
Me subí encima y volamos por encima del pueblo rociando unas gotitas
brillantes de color púrpura. Cuando me
quise dar cuenta la ciudad entera brillaba.
Vi como un vecino abrazaba a otro, como los soldados enemigos daban
dinero a los más pobres y muchas otras buenas acciones. Al final, comprendí lo que había pasado. Cada vez que el robot rociaba sus gotitas de
agua conseguía que la gente viera el lado bueno de la vida y que comprendiera
que todos hemos nacido libres e iguales.
Y en cuanto a esas
gotitas púrpuras se les llamó purpurina a Naila la consideraron la nueva
heroína del pueblo.
-FIN-
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