domingo, 28 de enero de 2018



NAILA Y EL ROBOT DE LOS DERECHOS

by Ángela Chase Sarabia


Hola, me llamo Neila y os voy a contar una historia.  Bueno, en realidad no es una historia, es algo que he vivido yo y que mucha gente vive en el mundo.  Sabéis a lo que me refiero, ¿no? ¡No lo sabéis! Pues, es bien fácil y quizás un poco triste.  Os la defino en una frase: No dejan disfrutar a las personas que creen inferiores de sus derechos humanos.  Si no sabes qué son los derechos humanos, pues lo miras en Google o en Internet. 

Yo cuando era joven era una chica alocada y feliz, a pesar de vivir en las condiciones que vivía; es decir, apretujada con mis hermanos en una casita en Yemen.  Si, he dicho Yemen.  Ya sé que mucha gente lo borro del mapa hace siglos, pero, NOOOOO, sigue aquí, en guerra, pero está aquí.

Yo era morenita, bajita, con el cabello liso, negro y brillante.  Pero yo tenía algo que las demás chicas de mi edad no tenían.  Todas las chicas tenían los ojos rasgados (hasta en mi familia), pero yo no.  Yo tenía los ojos bien grandes. Mi madre decía que era para observar bien el mundo.  La verdad es que cada cosa que veía me resultaba curiosa.  Se me olvidó mencionar que mi nombre en árabe significa “éxito.”

Bueno, os contaré mi historia.

A la edad de los 11 años yo ya trabajaba.  Era en la fábrica de metales que había en el barrio.  Aunque trabajaba muchas horas, conseguía muy poco dinero. Pero era lo suficiente (al juntarlo con lo que ganaban mis hermanos) para mí y para mi familia. 

Un día un piloto se acercó a la fábrica.  Yo estaba en el patio de la fábrica picando rocas.  Cuando el piloto entró en el patio, me fijé en él. Era alto y fuerte con un aspecto violento.  Cuando se acercó a la puerta de la fábrica me dijo que se la abriera.  Yo le pregunté, “¿Para qué?”. Él me contestó que no era de mi incumbencia y me dio una patada en la espinilla mientras encendía un puro.  Yo, un poco molesta, le abrí la puerta.  Mientras se alejaba me di cuenta de que el piloto había dejado la puerta de su avioneta abierta.  En ese momento, se me pasó por la cabeza la idea de colarme. Y así lo hice.

Al meterme en la nave, me senté en sillón del piloto.  Vi que había una pantalla en la que decía: “Llamada en espera.” Pulsé el botón que decía aceptar y oí una nota de voz.  Era un hombre de la armada transmitiendo el siguiente mensaje: “Vamos a bombardear a Yemen en tres horas. Esos malditos yemenís no volverán a molestarnos nunca más y consiguiéremos todo el territorio.  Debes destruir el robot 69ORRT9 para que no les salve. Te mando un mapa de su localización.  ¡Date prisa!”

Cuando oí eso me sentí bastante ofendida y preocupada.  No iba a dejar que esos “del otro bando” (así los llamaba mi madre) se cargaran Yemen tal y como yo lo conocía.  Así que eché una ojeada al mapa y vi que el punto donde tenía que ir estaba a 100 kilómetros de la fábrica.  ¡No me daba tiempo! Tomé la decisión que casi todo el mundo hubiera hecho en mi lugar: Volaré hasta allí con el avión.  Ya sé, ya sé.  Pensaréis que estoy loca, pero era eso o nada. Cogí los mandos del avión, cerré los ojos y tiré de los mandos hacia arriba.  ¡Sonó RRRRRRRBOOOOOOM y cuando abrí los ojos estaba volando! Me sentía como una verdadera pilota. 

Pues eso, yo iba tan tranquila y de repente sonó: “Pi, pi, pi, pi.” Pensaba que el avión iba a estallar. Pero luego oí: “Has llegado a tu destino.”  A continuación, aterrizamos (era un avión auto pilotado).  Me planté enfrente de un pequeño cuartel general. Llame a la puerta y al instante apareció delante de mí un hombre bajito con los pelos de punta y alocados.  Me entregó una especie de dron y me dijo que me fuera rápido.  Al principio, no entendí porqué tanta prisa, pero al poco rato descubrí que a unos 1.000 metros de nosotros había una tropa de aproximadamente dos cientos hombres.  Corrí al avión, me subí y me fui volando.  Cuando aterrizamos el dron se elevó en el aire.  Encima del dron, apareció una sillita justo de mi tamaño.  Me subí encima y volamos por encima del pueblo rociando unas gotitas brillantes de color púrpura.  Cuando me quise dar cuenta la ciudad entera brillaba.  Vi como un vecino abrazaba a otro, como los soldados enemigos daban dinero a los más pobres y muchas otras buenas acciones.  Al final, comprendí lo que había pasado.  Cada vez que el robot rociaba sus gotitas de agua conseguía que la gente viera el lado bueno de la vida y que comprendiera que todos hemos nacido libres e iguales.

Y en cuanto a esas gotitas púrpuras se les llamó purpurina a Naila la consideraron la nueva heroína del pueblo.  


-FIN-




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