miércoles, 31 de enero de 2018
DERECHO A LA PROPIEDAD
Su
vida era muy dura. La guerra había hecho que hubiese poca comida, no podía ir a
la escuela, ni juntarse con otros niños a jugar, no tenía televisión, ni
consolas ni todas esas cosas que sí tenemos los niños con la suerte de vivir en
otros países.
Lo
único que a Samuel le permitía ser un niño, era Optimus Prime, un “transformer”
de juguete, que un día encontró en las ruinas de la casa grande de su ciudad.
Estaba
sucio, y le faltaba alguna pieza, pero a Samuel le daba igual. Para él, Optimus
no era un juguete, era su amigo. Hablaba con él, le acompañaba a todas partes,
le hacía sentirse mejor cuando tenían que esconderse por miedo a los ataques,
las bombas y esas cosas de la guerra.
A
Samuel le encantaba jugar con Optimus, (cuando no había ataques), bajo el árbol
de un parque cercano a su casa.
El
parque estaba muy estropeado por la guerra, y porque ya a nadie le importaba
cuidar de las plantas, las flores, los bancos... pero en otro tiempo aquel
parque había sido realmente estupendo.
Samuel,
solo a veces, se acordaba de cuando él podía pasear en bicicleta por aquel
parque, y de sus amigos del colegio, con los que hacía carreras los domingos.
Un
día estaba jugando en el parque, tranquilamente. Llevaban varios días, que
parecía que la guerra se acababa, estaba distraído, mirando unos pájaros que
revoloteaban por lo alto, cuando de repente a su lado, sin saber cómo había
llegado hasta allí, junto a él había un soldado.
Era
joven, se le veía en los ojos, y se quedó mirando a Samuel y a su juguete, a su
amigo, y entonces le dijo:
- Ese Optimus Prime es mío.
Samuel,
no sabía bien qué quería decir aquel chico soldado, y él volvió a repetir:
-
Ese Optimus Prime es mío.
- Pero..... es mi juguete, dijo Samuel, llevo con él
muchos días y es mi único amigo...
Pero
al soldado, no pareció importarle mucho lo que Samuel sentía, lo que quería a
aquel juguete y aquel joven soldado le miró enfadado y.... se lo quitó.
Pasó
muchos días muy triste por lo sucedido. Se sentía culpable por no haber podido
cuidar de su juguete, pero no sabía qué es lo que él, un niño pequeño, podía
haber hecho para proteger su única posesión en el mundo, su único amigo, lo
único, con lo que, a pesar de todo, se podía sentir como el niño que era.
Miraba
por la ventana de su destartalada casa, hacia el parque, hacia el árbol donde
vio por última vez a su juguete.
Sus
padres, a pesar de la guerra, intentaban que se distrajese con otras cosas,
juegos con palitos, o montar casas con arena mojada.... pero nada consolaba la
tristeza de Samuel, ni su sensación de que algo injusto había sucedido.
Él
quería aquel juguete, lo había cuidado, lo había encontrado y limpiado, y de
repente, por la fuerza, alguien se lo había quitado para siempre.
No
consiguió olvidarse de aquel amigo, de aquel juguete, de aquel compañero, pero
la vida seguía, la guerra seguía y no podía dejar de intentar conseguir comida,
mantas o ropa de abrigo y todo lo que pudiesen antes de que el invierno
volviese y fuese más difícil sobrevivir, de lo que ya era.
Pasó
el otoño, y Samuel seguía sin volver al árbol del parque. Aquel árbol, sin
tener culpa de ello, le hacía sentirse culpable, inseguro, triste e impotente
al mismo tiempo. Se daba cuenta de que no solo le habían quitado un juguete o
un amigo, le habían quitado las ganas de disfrutar, las ganas de estar él y
Optimus, hablando, saltando, corriendo, solos en el mundo, sin importar el horror
que siempre había a su alrededor.
Pasó
el otoño y llegó el invierno, la vida se volvió aún más dura por el frio, la
comida escaseaba incluso más, y todos, incluidos sus padres, que siempre le
sonreían, parecían estar cada día de peor humor.
Fue
el peor invierno del mundo, pero para Samuel, fue más duro por no tener a su
amigo, a aquel a quien le contaba sus preocupaciones, a quien le trasmitía sus
sueños, y sus esperanzas.
Pero,
afortunadamente, el invierno se fue acabando y los primeros días de primavera
comenzaron a aparecer de forma esporádica.
Samuel
seguía pensando en su juguete, en por qué, algunas personas no respetan las
cosas de otras y en porque nadie, en aquel mundo, parecía saber que a él, le
habían quitado lo que más quería.
Los
días se hicieron más largos, el calor fue llegando poco a poco, y con él las
esperanzas de que en algún momento, la vida de Samuel, y de sus padres,
mejoraría.
Un
día, casi de repente, comenzaron unos terribles combates en la ciudad, que
duraron muchos días.
Samuel,
estuvo, durante mucho tiempo escondido en su cuarto, sin salir de casa, sin poder
dormir por el miedo, el frío, el ruido de los disparos y los gritos de la
gente.
Durante
aquellos días, que para él fueron los peores de su vida, Samuel no se acordó de
Optimus, solo podía pensar en qué pasaría si alguien entraba en su casa. En qué
pasaría si una bomba caía cerca, en qué pasaría si un avión, un helicóptero, un
tanque o cualquiera de las muchas máquinas que los mayores han inventado para
matar, disparase contra su edificio.
¿Qué
le pasaría a él?, ¿qué les pasaría a sus padres? Ahora solo tenían su casa,
unos pocos vasos, platos, sus camas... ¿qué pasaría si perdían también eso poco
que les quedaba?, ¿qué pasaría si a sus padres les quitaban lo que tenían como
a él le quitaron a su juguete?
Y
así, nervioso, intranquilo y lleno de miedo pasó casi dos semanas de intensos
combates, hasta que un día, como por sorpresa, casi con la misma velocidad que
habían comenzado, los combates terminaron, y un hermoso día de primavera volvió
a traer la luz a su calle, a su casa, a su cuarto.... y sobre todo a sus
esperanzas.
Samuel
salió a la calle, todo estaba destrozado. La casa donde había vivido su amigo
Jairo, que se fue al campo hacía meses... había desaparecido y solo había un
montón de escombros en su lugar.
La
fuente del final del parque, estaba rota, y ahora ni siquiera podía tener ese
agua estancada, que olía tan mal, de hacía unas semanas.
El
parque, estaba aún peor, aún más destrozado. Pero de forma curiosa, el árbol,
en el que Samuel jugaba seguía en pie, y , por primera vez en meses, Samuel se
atrevió a volver allí.
Era
tanto el horror que había pasado en las últimas semanas y meses, que el dolor
que sentía al recordar cuando le quitaron a su juguete, casi parecía pequeño.
Al
acercarse al árbol, le pareció ver algo azul y rojo en el suelo, era un papel,
escrito con una letra muy pequeña.
En
aquel papel, el joven soldado, le explicaba que él había sido niño en la casa
grande de la ciudad, y que Optimus Prime era su juguete preferido.
Le
explicaba que cuando todavía era un niño, pero ya parecía un hombre, la guerra
había llegado, sus padres habían muerto y a él le tocó luchar.
Le
explicaba que cuando vio a Optimus, fue como si aquel pequeño conjunto de
piezas de metal y plástico, le pudiese devolver a la felicidad de cuando fue un
niño, y que tras las terribles semanas de combates en la ciudad, había perdido
amigos, compañeros, la esperanza, pero había conservado a Optimus, y que fue
entonces cuando se dio cuenta de que al quitárselo a Samuel, le había quitado
también su esperanza, su juguete, y su felicidad.
Que
como dueño de Optimus se lo regalaba (que lo podía encontrar en un hueco del árbol),
por encima de las ramas, y que cuando Samuel creciese, que lo haría, y que
cuando Samuel fuese alguien que pudiese ayudar a los demás, que intentase que
nadie en el mundo volviese a no respetar el derecho a la propiedad que todos
los niños, porque cuando a un niño le quitan sus cosas, no son solo trozos de
metal, madera, plástico... sino que lo que realmente se les está quitando es su
seguridad, su felicidad, su esperanza y su comprensión de que las cosas tienen
un porqué.
No
dejéis que nadie incumpla el derecho de los niños a tener sus cosas, porque, la
verdad, es que para nosotros no son solo cosas.
martes, 30 de enero de 2018
El diario de Lina
Miércoles
9 de septiembre
Acabo
de llegar a Madrid. Me siento, no sé cómo explicarlo; es como que… ¡¡¡me siento
libre!!!. Lo malo es que he perdido a
todos mis amigos y la verdad es que no se me da muy bien hacer amigos.
Jueves 10 de septiembre
Hoy
es mi primer día de clase ¡¡¡Qué emoción¡¡¡
En
el cole todos me miraban raro. La verdad es que no sé por qué. Bueno, en clase
me senté en una mesa en la que había otra chica nueva y las otras niñas
hablaban con ella y la trataban súper bien pero conmigo… no me hacían caso. Había
un ejercicio que preguntaba cómo se llamaban nuestros profesores. Soy un poco
tímida, así que no les pregunté nada a esas niñas; sólo escuché lo que le
decían a la otra niña.
En
el recreo me fui con unas niñas muy
amables pero los demás decían que eran las pesadas de la clase. me cayeron bien
y me enseñaron a jugar al escondite. En mi país (Siria) no se juega al
escondite ni se suele ir al cole porque es peligroso ya que se suelen escuchar
bombas cada dos por tres.
Viernes
11 de septiembre
Hoy
me he despertado un poco mas ilusionada porque he hecho amigas o eso creo, cosa
que al principio mencioné se hacía muy difícil y por eso creo que voy a tener
un día genial.
Al
entrar al cole, todo el mundo se me quedaba mirando como al principio y yo
estaba pensando ¡¡¡Qué bien!!! Ya le estoy empezando a caer bien a la gente.
En
comedor me senté en una mesa al lado de un chico y el chico se levantó y se fue
a otra mesa y murmuró a sus amigos: esa chica es musulmana. Sus amigos
asombrados le preguntaron ¿en serio?, sí os lo prometo.
Los
amigos replicaron:
-¿Y
cuál es el problema?
Y
el chico respondió:
-¿Te
fijas en ese pañuelo que tiene en la cabeza?
Y los amigos dijeron:
-Pues
le va muy bien para el frio.
Y
el chico que se fue de la mesa se levantó de la silla y dijo en voz alta:
-
Aquí tenemos a una Musulmana; es una de esos
que ponen bombas por todo el mundo y luego dicen que no han hecho nada.
Yo
me sobresalté, me levanté de la silla, salí corriendo y me puse a llorar
desconsoladamente.
Lunes
14 de septiembre
Ya
se me ha pasado un poco lo del viernes, pero sigo triste. En el colegio la
gente ahora, aparte de mirarme raro, murmuraban entre ellos cosas sobre mí. Por
ejemplo: “allí está la chica musulmana,
cuidado que nos va a poner una bomba en el colegio”.
Bueno,
dejemos eso atrás. Las chicas que me ensenaron a jugar al escondite ya no
querían jugar conmigo; cuando me acercaba a alguien se iba. O sea, que estuve
el patio entero sola. Voy a dejar este día ya porque me voy a poner a llorar.
Martes 15 de septiembre
Hoy
la gente en los pasillos del colegio; no se atrevían a acercarse a mí. Supongo
que tenían miedo de cómo decían los murmullos que les pusiera una bomba.
Miercoles 16 de septiembre
Hoy
en clases teníamos que hacer una exposición de sociales, entonces yo la hice
sobre las personas que ponen bombas, explicando que los musulmanes no somos
malos y que los terroristas son gente que entiende mal el Corán (es una especie
de Biblia pero de otra religión) y se creen que su dios les pide que maten a la
gente. La profesora aplaudió mi
exposición pero, al contrario, los niños la abuchearon.
Jueves 17 de septiembre
Hoy
a primera hora hemos ido a dirección toda la clase, no castigados, sino para
hablar del tema de los musulmanes y que los niños entendieran que porque que
haya gente en el mundo que es mala no todos lo tenemos que ser y para regañar
al niño que había dicho cosas sobre mí en el comedor. En recreo se acerco un
grupo de niñas y niños y me dijeron que si quería jugar con ellos, yo desde
luego les dije que sí.
Lunes 11 de marzo
Sé
que hace mucho tiempo que no escribo pero desde el 17 de septiembre todo el
mundo me trata como una niña normal, lo cual me hace my feliz.
Victoria
lunes, 29 de enero de 2018
Érase una vez, en un pueblecito de África, una niña llamada
Dinda. Ella tiene solo 8 años, lleva el pelo corto, mide 1.20 y tiene los ojos
azules como el cielo.
Dinda, era una chica muy
lista y afortunada porque, en su pueblo la mayoría de mujeres se tenían que
quedar en casa lavando los platos, lavando la ropa y todo eso. El caso es que
Dinda, está enamorada. El chico que le gusta
se llama Pablo; él también es muy listo. Viene de Europa por adopción y
se le da genial dibujar. A ella le encantaría formar una familia con él, y que
sus hijos también fuesen al colegio. También sueña con una gran boda; de
invitados sus familiares y los suyos y sus amiga Elena y Paula. Pero hay un
problema, ella sabe que en su pueblo prohibido casarse con un blanco. Otras
razones por las que le gusta Pablo, es porque la gente se ríe de ella porque es
bajita, así que cuando se ríen de ella,
la defiende.
Y así fue su infancia con
Pablo, a los 25 la pidió salir y ahora os contaré lo que pasó en el cumpleaños
número 35.
Había invitado a sus padres,
a sus amigas con sus novios y a Pablo. Cuando estaban dando los regalos fue
cuando pasó; Pablo la pidió matrimonio y obviamente ella dijo que sí. Ahí fue
donde apareció el problema, ¡en ningún lugar de todo África les dejaron casarse!
Estuvieron buscando y viajando donde casarse durante 10 años y no encontraron
donde pudieron casarse. Un día el padre de Dinda se murió y antes de eso el
padre les dio todo el dinero que tenían para poder viajar a Europa y casarse y
así fue. Viajaron a Europa y se casaron, ¡hasta tuvieron hijos!
Y colorín colorado este
cuento se ha acabado.
domingo, 28 de enero de 2018
NAILA Y EL ROBOT DE LOS DERECHOS
by Ángela Chase
Sarabia
Hola, me llamo Neila y os
voy a contar una historia. Bueno, en
realidad no es una historia, es algo que he vivido yo y que mucha gente vive en
el mundo. Sabéis a lo que me refiero,
¿no? ¡No lo sabéis! Pues, es bien fácil y quizás un poco triste. Os la defino en una frase: No dejan disfrutar
a las personas que creen inferiores de sus derechos humanos. Si no sabes qué son los derechos humanos,
pues lo miras en Google o en Internet.
Yo cuando era joven era
una chica alocada y feliz, a pesar de vivir en las condiciones que vivía; es
decir, apretujada con mis hermanos en una casita en Yemen. Si, he dicho Yemen. Ya sé que mucha gente lo borro del mapa hace
siglos, pero, NOOOOO, sigue aquí, en guerra, pero está aquí.
Yo era morenita, bajita,
con el cabello liso, negro y brillante.
Pero yo tenía algo que las demás chicas de mi edad no tenían. Todas las chicas tenían los ojos rasgados
(hasta en mi familia), pero yo no. Yo
tenía los ojos bien grandes. Mi madre decía que era para observar bien el
mundo. La verdad es que cada cosa que veía
me resultaba curiosa. Se me olvidó
mencionar que mi nombre en árabe significa “éxito.”
Bueno, os contaré mi
historia.
A la edad de los 11 años
yo ya trabajaba. Era en la fábrica de
metales que había en el barrio. Aunque
trabajaba muchas horas, conseguía muy poco dinero. Pero era lo suficiente (al
juntarlo con lo que ganaban mis hermanos) para mí y para mi familia.
Un día un piloto se
acercó a la fábrica. Yo estaba en el
patio de la fábrica picando rocas.
Cuando el piloto entró en el patio, me fijé en él. Era alto y fuerte con
un aspecto violento. Cuando se acercó a
la puerta de la fábrica me dijo que se la abriera. Yo le pregunté, “¿Para qué?”. Él me contestó
que no era de mi incumbencia y me dio una patada en la espinilla mientras
encendía un puro. Yo, un poco molesta,
le abrí la puerta. Mientras se alejaba
me di cuenta de que el piloto había dejado la puerta de su avioneta
abierta. En ese momento, se me pasó por
la cabeza la idea de colarme. Y así lo hice.
Al meterme en la nave, me
senté en sillón del piloto. Vi que había
una pantalla en la que decía: “Llamada en espera.” Pulsé el botón que decía
aceptar y oí una nota de voz. Era un
hombre de la armada transmitiendo el siguiente mensaje: “Vamos a bombardear a
Yemen en tres horas. Esos malditos yemenís no volverán a molestarnos nunca más
y consiguiéremos todo el territorio.
Debes destruir el robot 69ORRT9 para que no les salve. Te mando un mapa
de su localización. ¡Date prisa!”
Cuando oí eso me sentí
bastante ofendida y preocupada. No iba a
dejar que esos “del otro bando” (así los llamaba mi madre) se cargaran Yemen
tal y como yo lo conocía. Así que eché
una ojeada al mapa y vi que el punto donde tenía que ir estaba a 100 kilómetros
de la fábrica. ¡No me daba tiempo! Tomé
la decisión que casi todo el mundo hubiera hecho en mi lugar: Volaré hasta allí
con el avión. Ya sé, ya sé. Pensaréis que estoy loca, pero era eso o
nada. Cogí los mandos del avión, cerré los ojos y tiré de los mandos hacia arriba. ¡Sonó RRRRRRRBOOOOOOM y cuando abrí los ojos
estaba volando! Me sentía como una verdadera pilota.
Pues eso, yo iba tan
tranquila y de repente sonó: “Pi, pi, pi, pi.” Pensaba que el avión iba a
estallar. Pero luego oí: “Has llegado a tu destino.” A continuación, aterrizamos (era un avión
auto pilotado). Me planté enfrente de un
pequeño cuartel general. Llame a la puerta y al instante apareció delante de mí
un hombre bajito con los pelos de punta y alocados. Me entregó una especie de dron y me dijo que
me fuera rápido. Al principio, no
entendí porqué tanta prisa, pero al poco rato descubrí que a unos 1.000 metros
de nosotros había una tropa de aproximadamente dos cientos hombres. Corrí al avión, me subí y me fui
volando. Cuando aterrizamos el dron se
elevó en el aire. Encima del dron,
apareció una sillita justo de mi tamaño.
Me subí encima y volamos por encima del pueblo rociando unas gotitas
brillantes de color púrpura. Cuando me
quise dar cuenta la ciudad entera brillaba.
Vi como un vecino abrazaba a otro, como los soldados enemigos daban
dinero a los más pobres y muchas otras buenas acciones. Al final, comprendí lo que había pasado. Cada vez que el robot rociaba sus gotitas de
agua conseguía que la gente viera el lado bueno de la vida y que comprendiera
que todos hemos nacido libres e iguales.
Y en cuanto a esas
gotitas púrpuras se les llamó purpurina a Naila la consideraron la nueva
heroína del pueblo.
-FIN-
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