martes, 5 de mayo de 2020

LA HORMIGA QUE QUISO VOLAR


Había una vez una hormiga y una mosca. La mosca estaba volando todo el rato y la hormiga pensaba que le gustaría mucho, pero que mucho, hacer lo mismo que ella. La hormiga era una real soñadora, era una hormiga pequeñita y muy, muy negra, completamente negra. Y la mosca siempre estaba ayudando a los demás, le encantaba que la gente recurriese a ella cuando tenía algún problema.

Un día como otro cualquiera la mosca y la hormiga se sentaron en una piedra y la hormiga le contó a la mosca la envidia que le daba verla volar:

-Oye mosca. -dijo la hormiga mientras que tocaba con una pata el minúsculo cuerpo de la mosca.
-¿Sí?-preguntó la mosca.
-¿ Tú me enseñarías a volar?
-Bueno... es un poquito difícil, pero ¡no hay nada que perder! ¿No?-respondió la mosca a la hormiga.

Y la hormiga, llena de ganas por empezar, miró a la mosca y le dijo:

-¡Vamos a ello!

La mosca intentó darle algunas ideas que se le iban ocurriendo, como mover las patas o bien tirarse desde un sitio alto, pero nada funcionó. En uno de esos intentos la hormiga cayó en picado al suelo y se hizo un pequeño raspón. De repente, una mariquita apareció entre los matorrales. La mariquita siempre tenía los pies en la tierra, era muy sensata y dulce, sobre todo dulce y amable.

-¿Estás bien?-dijo la mariquita con cara de susto.
-Sí, sí. No ha sido nada, solo un golpecito. -aclaró la hormiga.
-¿Qué pretendíais hacer?-les cuestionó la mariquita.
-Volar. -interrumpió la mosca.
-¿Volar? –rió la mariquita.
-¿De qué te ríes?-preguntó la mosca algo ofendida.
-¡Las hormigas no pueden volar!-les explicó la mariquita.-Anda, vamos a curarte ese raspón, y recordad: “Agua que no has de beber, déjala correr”.

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